martes, 27 de diciembre de 2011

¡Feliz epilepsia fotosensitiva y prósperos bolsillos vacíos!

    Ayer tuve que ir arrastrada de compras al centro. Y bueno, lo primero que vi cuando llegué fue un Corte Inglés convertido en infierno para epilépticos. Hasta para mí era un infierno. Son las luces que anuncian la temporada navideña. Un ambiente asociado a las compras y al despilfarro, un ambiente frío de calle, de luces LEDs artificiales, tan antitético al muy vendido ambiente cálido del hogar, a la luz del fuego o de la bombilla amarilla.

    Un buen alumbrado, aparte de contribuir con las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera, fomentan las predisposición de los compradores a gastar dinero. Lo más divertido de esto es que puedo comparar a gente con polillas. En estas fechas, las zonas comerciales cogen complejo de aparición mariana porque saben que la luz atrae a los consumidores. Pese a todo, tantos adornos es un gasto excesivo en medio de tal severa crisis económica, crisis en la que la gente, excusada por estas fechas, compra todo lo que no ha comprado durante todo el año –¡anda, qué lógico!– para olvidarse de ella.

    Supongo que la atracción que ejerce el efímero placer de la posesión es más pronunciado cuanto más generalizado. Cuando el barullo, las luces y los villancicos que ya relacionamos a las compras acaparan los sentidos y arrastran como marea, la persona acaba formando parte del simpático rebaño de ovejitas del Belén. Por supuesto, tengamos en cuenta que encontrar un regalo adecuado da un subidón de autoestima tremendo al provocarse la fantasía de qué pensará el otro sobre uno mismo cuando lo abra. Y claro, más adecuado nos parece un regalo cuanto más caro u ostentoso es.

    No olvidemos tampoco las interminables listas de juguetes que escriben los niños. El materialismo precoz adivina generaciones cada vez más superficiales, y eso asusta. Son demasiadas cosas las que piden, y a cada cual más absurda. La verdad es que la publicidad hace una labor muy sucia con los niños, porque tan pequeños no son capaces de digerir lo que ven –aunque muchos adultos tampoco– y directamente se lo tragan todo.

    No critico que no conserve a penas su origen religioso de celebrar la Natividad, porque eso se pierde como todo. El carnaval tenía un sentido pagano cuyo cometido era honrar a dioses y ahí está la gente en el siglo XXI disfrazándose hasta de compresa. La cuestión es que son unas fechas frías –no precisamente por la temperatura– y huecas, que en general sacan el egoísmo y el placer del consumismo camuflado de falsa abnegación. Yo, la verdad, no le veo el encanto.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Amnésicos y desorientados.


   Recuerdo que hace un mes o así fue otra de las manifestaciones masivas del movimiento 15-M. La plaza de España estaba que tirabas un alfiler y pinchabas a ocho. Y oye, que no tengo nada en contra del movimiento de los indignados con las bases que Stéphane Hessel planteaba. Me parece genial que la gente decida indignarse y hace falta. Lo que no me parece tan bien es que se haya convertido en un ''politicomovimiento de politicoindignados'', que a parte de dedicarse a dar una imagen poco civilizada (como lo que ocurrió con la JMJ2011 en la Puerta del Sol), tiene los mismos efectos secundarios la terapia de electroshock. Y diréis: ¿Electroqué? Pues el TEC, amigos, es un duro tratamiento que se emplea en esquizofrénicos y depresiones severas. Las complicaciones son sobretodo, pérdida de la memoria y desorientación temporal. ¿Y qué tiene eso que ver con el movimiento? Pues que el supuesto remedio hace que nos olvidemos de asuntos que la política ni sabe ni ha sabido solucionar y además nos desorienta ideológicamente. Al fin y al cabo, esto es lo que les interesa a los medios de comunicación y al gobierno.

    Lo de por qué les conviene la desorientación ideológica está clarísimo: gente indecisa, fácil manipulación. En lo otro caí cuando, paseando por la Campana, me topé con una bastante bien montada manifestación contra la violencia de género. Digo lo de bien montada porque tenía hasta animación musical y unas pancartas y lemas muy currados. Pero había poquísima, poquísima gente.   ¿Es que a nadie le interesa ya que las cifras de víctimas por este tipo de violencia sigan siendo escalofriantes desde hace años? Pues al parecer, no a tanta como a la que le interesa que no se recorten los sueldos, o a la que quiere tener un gobierno que defienda sus intereses.

    Que se le dé tantísima propaganda a la indignación política, no hace más que dejar en segundo plano las cosas de las que realmente no quieren que nos acordemos. Cuidadín.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Persona-tupper


    Creo que es el término más correcto para esas personas realmente herméticas. Como ya se sabe, un recipiente hermético es todo aquel que no permite la salida de fluidos o gases, y así, una persona hermética es toda aquella que no deja escapar sus sentimientos. Me imagino que se debe a extrema comodidad con uno mismo, y por ello no necesitan volcar en nadie lo que sienten, su propia mente les sirve de desahogo. Viéndolo así es una cualidad muy útil, demuestra independencia y autosatisfacción, que a mi parecer, son las cosas más valiosas a las que aspira tener una persona. Facilitan la estabilidad mental y emocional, y básicamente, hace al individuo a prueba de balas. Aunque como todo, tiene una parte no tan buena.

    Al resto de mortales se nos hace casi imposible tratar de manera profunda con estas personas, lo cual es una pena, porque hay a quienes merece que les revuelvan la arenilla del fondo. Es un poco duro también la preocupación que provocan. No se sabe lo que se les pasa por la cabeza, y al querer y no poder saberlo, nos sentimos intranquilos con nuestro "tupper": ¿En qué estará pensando? ¿Qué siente? ¿Qué soy para él? Y es cuando insistes en abrir la tapadera, hasta que nuestro hermético se agobia, con un iminente rechazo. Como si se intentaran acercar dos imanes del mismo polo. Esto tiene algunas consecuencias negativas, tanto para el individuo como para su círculo social, sobre todo para este último.

    El individuo tiene, por llamarlo de alguna manera, una bipolaridad aparente. Nunca se sabe lo que le ocurre y da la impresión de que su humor cambia ''sin motivo''. Es algo desagradable. Si no fuera por el aumento de atención que provoca, todos huiríamos como de la peste. También pierde en empatía por la poca importancia al intercambio de sentimientos y sin quererlo, es muy probable que se equivoque en el trato con las personas y acabe hiriendo. Claro que eso no es problema de la persona-tupper, el marrón es para el resto de la humanidad.

    Cerrar sentimientos ahorra problemas a uno mismo, evita la influencia de interpretaciones ajenas sobre éstos y permite tener una visión propia de las emociones personales. Sin embargo, limita las relaciones interpersonales y el intercambio sentimental con el individuo, creando repercusión en el entorno afectivo.

    Apuntemos tantos: Individualismo - 1 / Habilidades sociales - 0

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Perros indignados


    Ayer por la tarde, esperando para cruzar un semáforo me encontré con un perro que llevaba una chapa con su nombre, tan ridículo que me da vergüenza decirlo. La dueña no se callaba dándole órdenes para que se sentara empujándolo con el pie en las patas traseras y hablándole como si fuera un niño pequeño que se niega a comer verduras. Al parecer le resultaba necesario que se sentara mientras se ponía la luz verde.

    Me hace gracia cuando la gente habla de habilidades caninas. Pero es que dar la pata cuando se le pide, sentarse cuando alguien se lo diga, comer en la mesa o hacer cuentas matemáticas son habilidades humanas, no caninas. Un perro es un perro, y se comporta como un perro. Un humano es un humano, y bueno, digamos que se comporta como un humano. Tenemos el ego tan alto que nos creemos con derecho de suprimir el instinto de otras razas. No es que vivan con nosotros y tengan que respetar nuestras normas, es que nosotros aceptamos que vivan con nosotros en su condición de perros, no en condición de humanos.

    Y ya lo que me mata es mirar dentro del bolso de una señora y encontrarse un Yorkshire: ''¡No, no! Si a él le encanta estar ahí.'' Venga ya. Elige entre pasarte una tarde mareado en un espacio claustrofóbico y correr tranquilamente en un espacio abierto revolcándote en la tierra.
Quien no lo trata como un humano, lo trata como un complemento. Mira que somos degenerados.
Ahora que esto de indignarse está algo de moda, lo cual me parece genial, planteémonos si somos los únicos con razones para indignarnos.

martes, 22 de noviembre de 2011

Sobre la libertad

    La soledad no tiene porqué atribuirse a sentirse libre, aunque posiblemente sí con el hecho de serlo. Puede sentirse libre quien se sabe independiente, quien tiene ideales y principios propios y no cae en la ''uniformidad''. Sin embargo, nuestra libertad está limitada por los derechos de los demás, por nuestra condición social, nuestras interacciones y nuestra historia (i.e. la sociedad). La única forma de ser completamente libres es estando solos, careciendo de contacto con un ambiente que siempre va a condicionar nuestro estado de libertad.

    Cierto es que esto asusta a cualquier ser humano, tanto el hecho de quedarse completamente solo como el de ser completamente libres. Paradójicamente, a eso que tanto ansiamos y reivindicamos, con frecuencia le tememos. ¿A quién no le da miedo quedarse sólo al borde de un barranco contra el que chocan oleadas de problemas y dudas? A mí desde luego me da pánico. Necesitamos ayuda y consejo a la hora de tomar nuestras decisiones, y sin ir más lejos, en ocasiones preferimos que nos impongan o descarten opciones para ahorrarnos la molestia de pensar y elegir.

    A pesar de todo, no se puede renunciar a algo tan esencial al ser humano, aunque ello nos genere angustia por la posibilidad de errar al elegir un camino no adecuado. Al fin y al cabo siempre podemos considerarnos libres desde nuestra persona, aunque para afirmarlo haya que obviar factores ambientales muy importantes.

    Frente a semejante abismo despejado y abierto a cualquier posibilidad, debemos cuidarnos de mantener nuestros principios morales que tan fácil pueden ser removidos por el viento.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Opiniones


    Las opiniones no son algo que debemos tomarnos a la ligera. Lo que pensemos, es, básicamente lo que nos define y nos distingue del resto. Las opinión es algo que hay que entrenar y, a ser posible, no hacerla hermética, ya que esto empuja más a la ignorancia que a tener una buena crítica.

    ¿Por qué es tan importante la opinión? La respuesta a esta pregunta se remonta a la Grecia clásica, donde algunos filósofos extendieron la alfombra roja al pensamiento humano. Ya Sócrates era consciente de que la mente era capaz de concebir algo propio y único, marcado por la persona, igual que los genes marcan a un bebé. La opinión, el pensamiento. Para que realmente sea único, evidentemente debe estar engendrado por nosotros mismos. No podemos dar una opinión sin pensar, esto haría perder la propia definición de opinión, y no es lo que queremos. Si hoy día hay un problema, es que hay mucha gente que da opiniones que ha escuchado de otros y ni las piensa, sólo las suelta para quedar de maravilla sin tener ni idea del tema. Es clave apoyarse en opiniones ajenas para crear la propia, pero oye, sin pasarse, que hay gente que escupe lo que traga de otras bocas, sin ni siquiera pararse a masticar un poco. Hay que aprender a digerir lo que escuchamos, leemos y vemos, y para eso, necesitamos echar tiempo y, sobre todo, ganas de aportar algo útil a la sociedad. 
    Y sigo insistiendo en que debemos escuchar a los demás, ya que nuestra opinión es tan válida como cualquier otra. Por eso es una opinión. No hay nada más repulsivo que una persona tan segura de lo que piensa, que te tira las palabras a la cara, que aunque tú digas algo, como si nada. Por un oído entra y por otro sale. Cabezotas se llaman, y son tan terribles como los que no piensan por sí mismos. Precisamente, la chispa de la crítica es llegar al equilibrio entre defender lo que piensas y enriquecerse con lo que los demás opinan. Para decir lo que pensamos sobre un tema tenemos que informarnos y documentarnos bien para no meter la pata, y por supuesto concienciarnos de que nuestra idea va a ser refutada y de que aunque a algunos les cueste admitirlo, se puede estar algo equivocados.

    Si hay algo que está claro, es que para tener un buen concepto de la realidad y ser dignos de llamarnos personas críticas, la clave está en intercambiar las opiniones como cromos, que aunque algunos nos gusten, hay que tenerlos en la colección.