miércoles, 30 de noviembre de 2011
Perros indignados
Ayer por la tarde, esperando para cruzar un semáforo me encontré con un perro que llevaba una chapa con su nombre, tan ridículo que me da vergüenza decirlo. La dueña no se callaba dándole órdenes para que se sentara empujándolo con el pie en las patas traseras y hablándole como si fuera un niño pequeño que se niega a comer verduras. Al parecer le resultaba necesario que se sentara mientras se ponía la luz verde.
Me hace gracia cuando la gente habla de habilidades caninas. Pero es que dar la pata cuando se le pide, sentarse cuando alguien se lo diga, comer en la mesa o hacer cuentas matemáticas son habilidades humanas, no caninas. Un perro es un perro, y se comporta como un perro. Un humano es un humano, y bueno, digamos que se comporta como un humano. Tenemos el ego tan alto que nos creemos con derecho de suprimir el instinto de otras razas. No es que vivan con nosotros y tengan que respetar nuestras normas, es que nosotros aceptamos que vivan con nosotros en su condición de perros, no en condición de humanos.
Y ya lo que me mata es mirar dentro del bolso de una señora y encontrarse un Yorkshire: ''¡No, no! Si a él le encanta estar ahí.'' Venga ya. Elige entre pasarte una tarde mareado en un espacio claustrofóbico y correr tranquilamente en un espacio abierto revolcándote en la tierra.
Quien no lo trata como un humano, lo trata como un complemento. Mira que somos degenerados.
Ahora que esto de indignarse está algo de moda, lo cual me parece genial, planteémonos si somos los únicos con razones para indignarnos.
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