Mientras refregaba fuertemente la encimera de la cocina con un estropajo
de olor y aspecto rancio, supuse que todo el vecindario lo escuchó. La
conversación rebotaba en todos los edificios como ecos que querían ser
escuchados; voces que entraban por las ventanas abiertas de los pisos en
un agosto bochornoso. La emoción te inunda cuando sientes que te
coordinas con el resto de personas, ya sabes, como una telepatía casual.
Lo que escuchábamos posiblemente nos hacía sonreír a todos a la vez.
—Tienes que frenar primero con el freno de atrás, y si eso luego con el de delante. Como frenes con el de delante, la bici se para en seco y te caes de boca.
Seguidamente se escuchó un chirrido muy agudo y todos nos imaginamos la pequeña bicicleta frenando por primera vez. Una voz paternal y orgullosa gritó:
—¡Hala mi niña! ¡Cómo rechina las ruedas!
Y qué risita infantil y nerviosa nos enterneció a todos segundos después. Cada uno de nosotros, los vecinos en nuestras casas y quehaceres, disfrutamos de ese momento. Un momento que no era nuestro, pero ahí estábamos, asistiendo anónimamente a la primera vez que Eva montó en bicicleta.
—Tienes que frenar primero con el freno de atrás, y si eso luego con el de delante. Como frenes con el de delante, la bici se para en seco y te caes de boca.
Seguidamente se escuchó un chirrido muy agudo y todos nos imaginamos la pequeña bicicleta frenando por primera vez. Una voz paternal y orgullosa gritó:
—¡Hala mi niña! ¡Cómo rechina las ruedas!
Y qué risita infantil y nerviosa nos enterneció a todos segundos después. Cada uno de nosotros, los vecinos en nuestras casas y quehaceres, disfrutamos de ese momento. Un momento que no era nuestro, pero ahí estábamos, asistiendo anónimamente a la primera vez que Eva montó en bicicleta.
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