Haciendo limpieza general en casa encontré una interesante metáfora sobre el sistema político español. Viene de la mano de una servidora, que parece que no ha limpiado un cristal en su vida. No recordaba la existencia del limpiacristales, así que lo limpié a agua y jabón.
El Gobierno hace lo mismo con nuestro país. Para limpiar el cristal, lo embadurna con jabón, mucho, mucho jabón. Cuanto más jabón, mejor. Nos raspa cruelmente con un estropajo sabiendo que puede rayarnos, nos entra espuma en los ojos y nos escuece. Es necesario si queremos estar reluciente, pero nos sentimos irritados por el jabón. ¿Y qué viene después? Nos prometen que todo esto es para aclararnos y dejarnos como los chorros del oro.
Pero ellos se limitan a enjuagarnos con trapos húmedos que poca espuma quitan. Remueven y esparcen, creando una asquerosa película blanquecina, un mejunje de suciedad jabonosa. Pero siguen sin enjuagar nada y refregando. Nosotros seguimos con el quemazón y sin ver el cristal limpio. Ellos ven el cristal claro. ¿Pero cómo ha quedado? Lleno de churretes y pringue, peor que antes pero ahora con algo de detergente. Esos lamparones que se secan, te dejan el cristal blanco, y que luego no hay dios que los quite.
Así estamos, escocidos por el jabón y con la misma mierda al cuello. Necesidad de la que dudo veamos resultados finales, porque no van a aclararnos. No nos dejarán ver el cristal limpio porque les daba pereza ir a coger el limpiacristales, y total, para cuando habían caído en la cuenta el cristal ya estaba lleno de jabón. Ya puestos lo intentan terminar. Aunque sepan que están liando el taco.
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