Vivo en un país donde sólo quedamos unos pocos vivos. Al resto yo los llamo algo así como vivientes. Los vivientes comen, beben y se relacionan. También sienten, y alguno que otro, se enamora. Los vivientes tienen sus ojos electrificados, no ven más allá de unos metros a la redonda. Para ellos sólo existe un mundo; los vivos nos inventamos varios. Como mínimo, uno por cabeza. Los vivos soñamos, creamos la vida que deseamos. Nos imaginamos siendo reyes, astronautas, músicos, pintores o profesores, nos imaginamos siendo todo lo que queremos ser. Trabajamos. Y lo conseguimos. Los vivos somos lo que queremos, vivimos superándonos, anhelando. Vivimos.
Los vivientes tienen otro sistema; se ciñen lo que les den. No luchan. Están conformes siempre y cuando se sientan saciados y les lata el corazón. Toman oportunidades. Las toman pero no las buscan. Y si está muy lejos y no alcanzan, se sienten perezosos para estirar el brazo. Los vivientes tampoco opinan, tan conformistas que todo les parece bien siempre y cuando no les hagan pensar mucho. Hay algo que no les deja. La mayoría lo llama pereza, desidia, dejadez, desgana, flojera o apatía.
Yo lo llamo adversario de la vida.
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